Son ya 730 desde que vi ese pequeño ser de 45 centímetros dar su primera bocanada de aire y nunca imaginé que dos años después mi vida iba a cambiar tanto.
Cuándo de niño pensaba en la paternidad siempre imaginaba todo lo que le iba a enseñarle a mis hijos, pero jamás me detuve a pensar lo que ellos me iban a enseñar a mí.
Y creo que casi ningún adulto se detiene a pensar lo que un hijo le puede enseñar. Después de todo son niños, sin experiencia de la vida, con todo por aprender. ¿Qué tanto pueden enseñar?
Hoy, en el cumpleaños número dos de mi hija, quiero darle las gracias a ella por enseñarme tanto en tan poco tiempo. Algunas cosas han sido enseñanzas directas y otras aprendizajes gracias a ella. Todas llenas de significado que me han hecho mejor persona.
1. A aprender constantemente
Al crecer nos olvidamos de aprender. Acabamos el colegio, la universidad y quizá tomamos algún curso de actualización profesional o nos mantenemos actualizados con los temas de nuestro trabajo, pero descuidando otras áreas de crecimiento.
Gracias a mi hija descubrí nuevas áreas en las que debía formarme. Finanzas, cocina, enfermería, psicología, deporte, música, liderazgo, motivación y un sin fin de cosas más. No solo para ofrecerle herramientas para su vida sino para ser el mejor padre perfecto para ella.
2. A no rendirme nunca
Cuándo estás en modo aprendizaje constante también estás en modo «fracaso constante». Fallar es parte de aprender y nadie lo sabe mejor que un niño (o un padre que ve a su hija aprender a caminar). Golpes, caídas y llanto es el día a día de un proceso de aprendizaje.
Mi hija me enseñó que caerse es parte de aprender y levantarse es lo que hay que hacer para volverlo a intentar.
3. A fascinarme cada segundo
La capacidad de un niño de fascinarse con su mundo es mítico. Seguramente existen libros y tesis doctorales que lo explican, pero lo que yo aprendí no es a fascinarme como un niño sino a fascinarme de la fascinación de mi hija.
Su emoción al encontrar una basura en el piso, su alegría al ver por millonésima vez el mismo capítulo de un programa o sus ojos al encontrar su golosina preferida. Este tipo de cosas llenan mis días de una alegría indescriptible que sirve de gasolina para mis momentos de fracaso.
4. A reír con pureza
Las ocurrencias de los niños le sacan sonrisa a los rostros más fruncidos y cuando un niño descubre que es capaz de hacer reír a un adulto hará todo lo posible por lograr nuevamente esa sonrisa.
La risa que provocan los niños no se parecen en nada a las risas de un chiste adulto. La pureza de sus actos y sus ocurrencias logran risas que salen directamente del alma, risas que estaban olvidadas entre capas y capas de adultez.
5. A desarrollar mi paciencia
Todo el mundo sabe que los niños lloran y los niños pequeños lloran mucho más. No es que les guste llorar (al menos eso quiero creer), sino que no saben cómo expresarse.
Descubrir sus necesidades, sus deseos y hasta sus dolores en medio de llantos inconsolables o berrinches imparables me ha hecho desarrollar un tipo de paciencia diferente. Ser el adulto cuando mi hija es la bebé es más difícil de lo que imaginé y en un par de ocasiones ha sido necesario poner tierra de por medio.
6. A negociar las cosas
«En esta casa no vivimos en democracia, esto es una dictadura de papá y mamá» es una frase que mis hijos van a escuchar mucho (de hecho mi hija ya la está escuchando) pero eso no nos libra de negociar constantemente.
No se trata de permitir o no permitir a mi hija salirse con la suya sino más bien despertar un pensamiento crítico en el que entienda que tiene opciones y que cada una trae una consecuencia. Saber que decir y como decirlo es una habilidad adquirida en estos últimos años.
7. A mantener la serenidad
Se supone que los hombres somos más serenos que las mujeres, y eso es cierto en la mayoría de eventos grandes como la muerte de un ser querido o un accidente de auto, pero cuando tu hija decide vomitar en la cama a las 3 de la mañana y no sabes si debes ir a buscar un trapo para limpiar a su madre, llevar a la niña a vomitar al baño o traer un envase para que termine de vomitar ahí mismo, es cuando se pone a prueba tu serenidad y juicio ante la presión.
Mi hija me enseñó que la serenidad ante la adversidad se logra al evaluar los potenciales escenarios y tomando previsiones sobre las acciones a realizar en cada uno.
8. A ser agradecido
De niño pensaba que era mejor agradecer por lo que tenía en lugar de pedir lo que no tenía. Después de todo, Dios me había dado tantas cosas que ser agradecido era lo más razonable. Con la edad, esa idea se fue diluyendo y agradecer se convirtió más en una formalidad que en un sentido real de gratitud.
Mi nueva vida familiar ha sido un despertar a la gratitud y un abrir mi mente y mi corazón a muchas cosas nuevas.
Se que pasarán años antes de que mi hija pueda leer este agradecimiento y otros tanto antes de que pueda entenderlos o valorarlos; sin embargo, hija mía, los dejo aquí para cuando necesites recordar que nunca se es demasiado viejo para aprender algo nuevo ni demasiado joven para enseñarle algo a alguien.